¿Por qué escribir cuentos?


Érase una vez un niño al que le dijeron en la escuela que redactaba muy bien. Las asignaturas de lengua e inglés siempre fueron sus favoritas puesto que le permitían jugar con las palabras. Sin embargo, prefirió decantarse por la observación y lectura de los textos que escribían otros, antes que dedicarse a la creación de sus propios escritos. Cuando dejaba de ser niño, esas palabras que escuchaba y leía comenzaron a parecerle una fuente de incalculable poder, y según crecía, se fue percatando de la fuerza que cobraban los mensajes cuando estos se exponían al mundo de una forma artística. De la misma manera, a medida que iba conociendo las obras de los grandes escritores de la literatura universal, se fue interesando por otras vertientes artísticas como la música, el cine, la pintura o la escultura. A menudo se preguntaba de dónde provenía el talento y la inspiración que, con el posterior esfuerzo, el autor terminaba por convertir en semejantes obras de arte.

Cuando aquel niño se convirtió en adulto, comenzó a experimentar algo más profundo según se acercaba a aquellas palabras. La belleza de las mismas seguía despertando su admiración, pero ahora además apreciaba con frecuencia los mensajes que hasta entonces se le habían ocultado a su entendimiento. Mensajes que le hablaban de cómo era el mundo, avaro en muchos aspectos pero ni mucho menos en emociones y sentimientos. Palabras que tras la fina capa poética dejaban al desnudo las virtudes y defectos del ser humano. Y aquel adulto comenzó a ver aspectos de su propia identidad reflejados en las novelas, en los párrafos, en las metáforas, los versos y las palabras. La comparación de aquellas emociones y sentimientos que experimentaban los personajes de sus lecturas con las suyas propias se hizo inevitable. Y la posterior reflexión que dicha comparación originaba en su pensamiento era cada vez más intensa.

Pronto, diversos motivos fueron desviando sus predilecciones hacia estilos menos voluminosos como podían ser los cuentos -short stories en inglés-. Ha sido mucho lo que se ha escrito sobre las virtudes del cuento, pero antes de conocer y leer las diversas opiniones que sobre este género se han divulgado, aquel niño que ya se había convertido en adulto se formó su propia idea. Sin abandonar nunca el género de la novela, descubrió en el cuento un formato que se adaptaba increíblemente bien a sus necesidades como lector. La obvia limitación de extensión a la que un cuentista obliga su obra, le parecía el escenario perfecto para que las palabras que siempre le habían entusiasmado cobraran más fuerza, más sentido. Para que las metáforas fueran más intensas, para que ni una sola frase fuera gratuita. Aprendió que si un autor de novela cometía un error, éste podía pasar inadvertido, o en su defecto, podía ser corregido cincuenta páginas más adelante. Si un cuentista lo cometía, su relato sería un fiasco.

Aquel adulto empezó a revelarse contra aquella corriente que vertía opiniones despreciadoras hacía el cuento y los cuentistas, situándoles por debajo de la novela y el novelista. Comprendió que la inmensidad de Moby Dick jamás podrá hacer sombra a la grandiosidad de Bartleby, el escribienteY ni mucho menos Herman Melville había degradado su estatus por pasar de la novela al cuento, sino que más bien había ocurrido todo lo contrario, el cuento con el tiempo le hizo aún más grande. Porque ambas obras perdurarán para siempre al igual que los géneros que representan han sabido convivir de la mano y nutrirse el uno del otro a lo largo de la historia. Con este convencimiento, aquel adulto comenzó a leer más cuentos que nunca, y comenzó a descargarse audios de cuentos que escuchaba en su reproductor antes de dormir. Cuando nadie lo veía, volvía a convertirse en niño y se iba a la cama acurrucado por las palabras que un desconocido narrador, colándose en su habitación, y atravesando sus sentidos, le hacía llegar a través de sus ojos u oídos para hacerle de nuevo disfrutar con las palabras, para hacerle reír, soñar, sufrir, sentir, vivir... hasta finalmente, dormir y despertar.

Cuando un día aquel niño despertó de uno de sus muchos sueños, y se dio cuenta de que ya no era un niño, se preguntó qué podía hacer él por los cuentos que tantas emociones le habían causado. Y entonces, con la lectura de El cuento de la isla desconocida, de José Saramago, aún fresca y vívida en su recuerdo, se sentó frente a su ordenador personal y comenzó la redacción de lo que a la postre sería "El Sabio", su primer cuento. Posteriormente, animado por aquellos que más le apreciaban, y que gentilmente habían leído su primer manuscrito, se decidió a olvidar sus inseguridades abriendo una ventana al mundo e intentando crear sus historias, imitando las muchas virtudes que había aprendido de aquellos a quienes siempre había admirado, pero esforzándose siempre por dejar en cada obra su impronta y experiencia personales, así como su particular visión del mundo que le rodeaba y de los aspectos que le preocupaban.

Así fue como nació un singular portal llamado Dos Soles En Mi Cielo. Así fue como nació El Sabio, y como le siguieron muchos más. Así fue como el lector se convirtió en autor. Así fue como el niño se convirtió en hombre. Y así fue como el hombre se convirtió otra vez en niño. Bienvenidos al sueño, bienvenidos al Cuento. 


Y colorín colorado, este cuento aún no ha terminado...

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